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Te sorprendería lo habitual que es oír hablar de la bisexualidad como de “una fase”, una fase que por cierto, muchos relacionan de forma inmediata con un fracaso sentimental con un hombre, esbozando de esta forma el deseo entre mujeres como una disfuncionalidad que nace cuando un desengaño amoroso con un hombre ha ocurrido. Siempre digo que la bisexualidad no es la nueva intolerancia a la lactosa: no se trata de pasarte a la avena o a la soja porque el latte de la mañana no te estaba sentando bien. Tampoco es extraño que te pregunten, cuando estás en una relación con una mujer, si no echas de menos tener sexo con un hombre. Al parecer, aunque existen infinidad de encuestas que reflejan que las mujeres que alcanzan el orgasmo durante la penetración no son muchas, algunos creen que la brecha orgásmica son los padres, un reflejo más del falocentrismo que baña nuestra sexualidad.
Tampoco es raro que la gente vincule la bisexualidad con el vicio, como si ser bisexual implicara que te gusta absolutamente todo el mundo y por ende, hay hombres heterosexuales quien al toparse con una negativa, se muestra molesto, porque el deseo sexual se aplaude hasta que te agencias de él. Mi última relación fue con una mujer, y cuando ahora tengo citas con hombres, evito hablar de mi bisexualidad hasta que no es estrictamente necesario. La magia de decir “mi ex” es que no has de dar explicaciones, pero en el instante en el que aclaras que tu ex era una mujer, veo cómo en muchas pupilas nace el emoji de la llamita. Ya te imaginas la razón: está pensando en un trío, pasando tu orientación a ser sexualizada de forma inmediata. Como mujer bisexual, te conviertes en un accesorio o en lo que se denomina unicornio, que es la mujer bisexual que participa en un trío con un hombre y una mujer.
La gente también te exige que tu orientación pueda desglosarse en porcentajes y que seas capaz de decir "soy 60 % agua, 20 % heterosexual y 10 % lesbiana". “¿Te gustan más los hombres o las mujeres?” o “¿Qué porcentaje de bisexualidad tienes?” no son preguntas aisladas. Me pregunto si esos lumbreras no se están planteando lanzar tests rápidos para descubrir tu nivel de bisexualidad, como si con una gotita de sangre se resolviera cualquier duda. Así que eres una viciosa, estás confundida, en el fondo echas de menos acostarte con un hombre y eres el complemento ideal para una pareja heterosexual que busca una noche loca. Maravilloso, ¿verdad? Incluso al ir al ginecólogo te puedes encontrar con curiosas muecas cuando tienes que explicar por qué de repente quieres volver a la píldora anticonceptiva, cuando hace tiempo explicaste que no necesitabas métodos anticonceptivos porque salías con una mujer.
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Como explica Elisa Coll en ‘Resistencia bisexual’, cuando una mujer bisexual cis blanca sin discapacidades transita en pareja por el espacio público, se encuentra con un privilegio heterosexual cuando es leída como pareja heterosexual. Aquí entra el juego la discriminación por tener un ‘passing’ normativo, y lo problemático es que se construya el discurso desde la visibilidad en pareja, como si lo importante no es quiénes somos, sino con quién salimos. De esta forma, te define la persona con la que estás, no tú misma. “No estamos hablando a la ligera cuando decimos que la bifobia es violencia. La falta de información sobre los riesgos que atraviesan a un colectivo pone en peligro a quienes forman parte de él, genera aislamiento y evita que se creen recursos útiles que los tengan en consideración. Nos expone ante violencias y nos deja sin herramientas, no ya para defendernos de ellas, sino para siquiera identificarlas. Generalizar hablando de privilegio heterosexual en personas bisexuales significa limitar la experiencia personal a lo visible, dejando fuera la bifobia interiorizada, la salud mental, la salud física, la violencia en espacios privados, la violencia institucional, la falta de recursos y un largo etcétera si empezamos a trazar intersecciones con otras opresiones, como puede ser el caso —y vuelvo a hablar desde el yo— de la violencia de género o la violencia sexual, ambas entendidas de forma incompleta si seguimos sin contemplar el papel de la bifobia en todo esto”, escribe Coll.
Tampoco es raro que se mire a la mujer bisexual desde la perversidad o se la pinte como una villana que terminará por dejar a su novia para irse con un hombre. Pero si es tu novia la que se va con otra, no pasa nada… Curioso, ¿verdad? Durante mi última relación me sentía mal al mencionar que algún actor me parecía atractivo por percibir cierta desconfianza cuando lo decía, por lo que yo misma intentaba reprimir cualquier comentario, sintiéndome culpable por sentir atracción por un hombre ante el recurrente “Al final, te irás con un chico. Pero ya sabemos que la vida es muy perra está llena de giros de guión…
Por cierto, si tu pareja es un hombre, es posible que si le comentas que una mujer es atractiva sonría con picardía, porque nuestro deseo se infantiliza, algo que no ocurre si mencionas que quien es sexy es el camarero. Entonces tu comentario no será tan bien recibido. Es más, el National LGTBQ Domestic Violence Capacity Building Learning Center señala que muchas mujeres bisexuales afirmaron haber vuelto al armario como mecanismo de supervivencia al sufrir violencia por parte de sus parejas, pues su identidad bisexual era vista como una amenaza.
El cine tampoco nos ha ayudado en este aspecto, pues la perspectiva androcéntrica ha hecho que en muchas películas la bisexualidad no aparezca como una orientación sexual más, sino como un elemento de misterio extra consistente en saber si a esas mujeres en realidad les gustan las mujeres o los hombres.
En definitiva, como bisexual hay una v que me preocupa, pero no es ni la de villana, ni de la viciosa, sino la de visible. Y por eso sólo me queda dar las gracias a Elle por darnos siempre otra v bien importante: la de la voz.